Me fui despertando poco a poco. Lentamente me fui dando cuenta que estaba en la ermita del padre Vasily, que era la primera vez que dormía allí y que no sabía la hora que era. Antes de abrir los ojos advertí que no se escuchaba cantar a las aves. Mi cuerpo estaba dolorido en la zona de las costillas por la dureza del piso, sobre la que había puesto una colcha apenas suficiente para impedir que el frío me calara los huesos.
Mi maestro estaba en la esquina donde permanecían los iconos, ante estos y una vela encendida junto al Pantocrátor, que era ayudada en su tarea de iluminar, por algunos rescoldos en el hueco que hacía las veces de hogar. Se encontraba arrodillado, descansando sus glúteos sobre los talones, los pies laxos y estirados; me pareció relajado, símil de la actitud de abandono de la que tanto hablan los místicos, de todas las épocas. En el semi-sueño en que me encontraba, me pareció que en esa postura debió haber estado la Virgen cuando dijo Sí ante el Ángel del Señor.
El reloj marcaba las 4:15 y a través del ventanuco escuché silbar al viento, que moderado, filtraba por la rendijas y hacía música al pasar hiriendo las agujas de los pinos. Padre Vasily giró la cabeza y me sonrió. Me sentí despierto y reconfortado, como si su dicha me contagiara. Sin decir palabra me vestí y me arrodillé cerca. Padre nuestro… dijo y como permaneciera en silencio, repetí: Padre nuestro… que estás en los cielos… continuó y yo volví a repetir… que estás en los cielos… y de ese modo, lentamente, recé el “Padre Nuestro” mas sentido de mi vida. El significado interno de cada frase se me presentaba certero en el corazón e iluminaba mi intelecto, comprendí porque era propiamente la oración que nos había enseñado Jesucristo y la completitud que contenía.
Después me obligué a permanecer quieto sin perturbarlo, decidido a estarme allí junto a él el tiempo que fuera preciso. Solo se escuchaba el viento y mi respiración, el mundo respiraba y yo respiraba, el mundo vivía y yo vivía; pero el ermitaño sin emitir sonido alguno, atestiguaba; se me presentaba como mas allá y mas acá del espacio que ocupábamos el mundo y yo. Respiré espontáneamente mas profundo y suave, cada espiración se prologaba distensa equivaliendo a la inspiración que me relajaba y nutría como nunca antes. No se cuanto tiempo pasó, pero había amanecido cuando se levantó y encaminándose a la laguna me instó a seguirlo.
Del agua se desprendía abundante vapor, el viento había cesado y ahora sí, los pájaros se hacían notar. Detrás de una piedra grande junto a la orilla, sacó un jarro y una bolsita…
- ¿Querés tomar un poco de té?
- Si Padre, como no – dije agradecido.
- Hasta cuando me vas a seguir llamando Padre? insistió como otras veces.
- Es que me resulta natural. ¿Cuál es el problema?
- Bueno…Mateo 23, del versículo 8 al 12: “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar -Rabbí -, pues vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos; y no os llamaréis – Padre – unos a otros en la tierra, pues vuestro Padre es uno solo, el del cielo; tampoco dejaréis que os llamen – directores – porque vuestro director es uno solo, el Mesías. El mas grande de vosotros será servidor vuestro. A quién se encumbra, lo abajarán y a quién se abaja, lo encumbrarán.”
- Nunca tuve esa parte en cuenta…hermano.
- Así está mejor. En todo caso, si me reconoces autoridad, será la que me da la experiencia en relación a la tuya, en todo caso un hermano mas viejo. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
- ¿Y de que quieres que charlemos hoy?
- Un poco de la ascética necesaria, de la regla de vida que haría falta…
- La ascética es un método de ascensión; una escalera a Dios, a la percepción de Su presencia. Hay distintas escaleras y distintas formas de equivocarse en la forma de subir. A veces uno cree que está subiendo y en realidad esta bajando.
- ¿Cómo sería, cuando pasa eso?
- Una de las primeras trampas en la que caí, y que suele pasar bastante, es la trampa de la vanagloria. Uno se pone a seguir cierta regla de vida, cierta rutina de oración y ayuno o vigilia y de ciertos esfuerzos ascéticos y al poco tiempo siente satisfacción de si mismo. Uno se alegra de lo que va logrando. Y la alegría no es mala por supuesto, el problema es que esa alegría viene del ego, del yo sicológico que se ha creído que él va haciendo los progresos. Un modo de decirse… “¡que extraordinario que soy! lo que voy logrando… ¿me explico?
- Lamentablemente si.
- Jajá. Es así. El ego se apropia de lo que la gracia dio. El ego empieza a tomar nota mental de las “proezas” ascéticas; de las horas de vigilia, de los salmos recitados, de lo poco que se ha comido, de cómo se duerme ahora en el piso en lugar de en la cama mullida y de cualquier otra cosa. El punto es que de ese modo va mejorando la imagen que se tiene de si mismo. Cada vez opino mejor de la clase de persona que soy. Y te digo por experiencia, eso no me ayuda a vaciarme para recibir la sagrada presencia, sino que me hace un bloque impenetrable a toda sugestión del espíritu.
- ¿Por qué hermano?
- Porque la ascesis no es verdadera. Es un hacer para ser. No hago lo que hago, sino para ser yo mas importante, mas bueno, mas santo etc. ¿Qué valor puede tener cierta privación si es para engordar el ego?
- Si, creo que entiendo.
- Si te privas de un alimento, si te moderas en la comida, será para alivianar el peso del cuerpo y entonces estar menos embotado, mas dispuesto a la vigilia en oración…por ejemplo; si duermes en el piso, abrigado pero inconfortable, será para no pasarte doce horas durmiendo, sino para facilitar el levantarse al horario fijado, para no apoltronarse, para no facilitar la presencia de la pereza. ¿Me sigues?
- Si, si.
- Pero gracias a como Dios hizo las cosas, esa ascesis fracasa rápido. Todo lo forzado fracasa. Si haces oración para engordar el ego, es decir por un motivo ulterior que no se encuentra en la oración misma, una vez que te acostumbras al beneficio te costará sostener lo que te llevó a eso.
- No entiendo bien.
- Claro. Te esfuerzas tres días en orar en la vigilia que te has planteado. El “Yo” crece. te sientes fuerte, mejor monje o lo que sea; disfrutas de la sensación que este nuevo “ser” te reporta.
- Si.
- Pero luego de unos días, ya no disfrutas de esta nueva auto imagen, porque te has acostumbrado a ella y mientras tanto, esa vigilia y esa oración te resultarán cada vez mas onerosas, mas pesadas, porque ya no brindan la compensación del ego inflado.
- Si, lo capto.
- Por eso, apenas cedes a la pereza o a cualquier costumbre anterior, la imagen se desinfla y el ego cae estrellándose contra el piso. Y de vuelta a empezar. A inflar el ego con alguna proeza ascética y así en un ciclo que podría no terminar nunca, a menos que uno se atreva a reconocer ante si mismo que no le estaba orando a Dios, sino a la propia imagen.
- Así que esa es la ascesis por falsos motivos, que gracias a Dios dura poco; o se abandona la ascesis o se mejoran los motivos.
- ¿Aquí encuadraría lo de la represión que me dijo la otra vez hermano?
- Exacto. Una cosa es superar una inclinación a cierto pecado, a cierta tendencia inútil y perjudicial y otra es reprimir la expresión de la misma. Si reprimes, la caída se manifestará a la vuelta de la esquina; si superas, vuelas por encima, será difícil que se repita; aunque por cierto nunca hay que confiarse demasiado.
- ¿Pero como sería superar realmente?
- Una cosa es estarse luchando contra cierto deseo y otra ya no desear. Este ya no desear, requiere de comprensión, de sentimiento y de gracia. Es un poco mas complicado; caminemos un poco rodeando la laguna y te voy explicando.
Nuestros pasos crujían sobre las hojas caídas , secas y amarillas. Las coníferas mas elevadas recibían algunos rayos del sol que superaban la montaña. A lo lejos, en la costa opuesta, me pareció divisar una pequeña columna de humo. El agua despedía menos vapor y estaba quieta como un espejo perfecto.
- Cuando vivía en el cenobio, me tocó orientar a un novicio, de gran corazón y de genuina intención, que sin embargo arrastraba el vicio de la impureza desde su temprana juventud. El luchaba y luchaba, pero mas temprano que tarde caía nuevamente en el pecado. La tarea primera, fue ayudarlo a comprender que lo que mas lamentaba no era el pecado como falta en sí, sino la caída de su ego, que no podía elevarse a las “alturas de la santidad”.
- Ah, si entiendo.
- Entonces vino a caer en cuenta, que ese aguijón en su carne le servía para crecer en humildad. Y, por supuesto no se trataba de que se resignara a ello, sino que se abocara a lo que realmente debía superar. Porque el venía en confesión, pero con el dolor del ego, no con el sentimiento de quién lamenta haberse alejado de lo mas querido, esto es, Dios Nuestro Señor.
- Mhh…
- Luego de que aceptara la cuestión del ego y de que se viera mas como un hombre que quería acercarse a Dios, que como un santo inminente; pudimos empezar a comprender la fuga que significaba este vicio en él. Es decir, cuando el caía en la impureza, se estaba fugando en realidad de una sensación desagradable, que lo acometía al acostarse.
- Comprendo.
- Profundizamos en esa sensación, que era una cierta inquietud, una ansiedad, un no poder estarse tranquilo y cobijado en El Señor, hasta que viniera el sueño. Vimos que esta incomodidad estaba muy relacionada al futuro, en cuanto este era deseado. ¿Y que era lo que este joven bien intencionado anhelaba del futuro? La santidad. Pero era un anhelo de grandeza, del ego, vinculado por supuesto a la vanagloria. Cuando este hermano pudo crecer en la humildad y pudo darse cuenta que quería ser monje por amor a Dios y no para ser “un grande”, se relajaron mucho sus ansiedades y empezó a dormirse mas fácilmente y por supuesto a disminuir su necesidad de fugarse.
- Extraordinario.
- Claro. La sicología básica experimental de los Padres del desierto puede ayudarnos mucho hoy en día a quienes estamos interesados en llegar a la verdad sobre nosotros mismos, como camino hacia Dios. Porque si es que el reino está en nosotros, ¿Por qué lo primero que encontramos es angustia, inquietud y vacío? Por desconocimiento, por ignorancia de los mecanismos que rigen nuestra mente. Así que por un lado, sigo con el caso de este novicio, hubo que comprender. Luego hubo también que implementar cosas prácticas, que ayudaran a la materia a cambiar el hábito. Porque aunque el comprendía lo que lo había llevado al vicio, había una costumbre del cuerpo a distenderse de cierto modo, que era necesario desarraigar. El debía aprender a dormirse sin la impureza.
- Entiendo.
- Así que acordamos que iría a ayudar al cocinero a limpiar cocina y refectorio. Después de completas, partía a la cocina y se ponía a las órdenes del cocinero, que por cierto no despreciaba la ayuda. Extenuado, pasaba por la capilla y pedía la gracia de la castidad a Nuestra Señora y recién ahí podía llegarse a su celda a descansar.
- ¿Y como le fue?
- Muy bien, gracias a Dios. Hace años que no lo veo, pero ya es sacerdote. Por eso te decía que había que comprender, en este caso, que era la vanagloria en realidad el enemigo que le ponía ansiedad en su vida. Disfrazada claro esta de afán de santidad. ¿Quién va a criticar el deseo de santidad? Y bueno, por eso era el disfraz perfecto para el ego que anhelaba crecer. Luego tuvo que generar en él un sentimiento de humildad, que vino muy junto a la comprensión. Darse cuenta de que uno nada puede, de que uno nada es y de que “…si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores”. Finalmente tomar alguna medida práctica que ayude a la intención de cambio.
- Excelente hermano. Muy ilustrativo.
- Así que este ya no desear en vez de luchar contra el deseo, es clave en la superación. Pero te insisto, que lo que el dejó de desear, fue la fama, el pasar a la historia, el ser un santo para el ego. Entonces dejó de desear dormirse rápido, porque no tenía ya esa ansiedad que lo carcomía. Podía arrebujarse, musitando oraciones hasta que lo sorprendía el llamado a maitines. Y esa nueva humildad por cierto fue la que le permitió ir a la cocina, ayudar y todo lo demás.
- Muy bueno, El Señor es misericordioso.
- Verdaderamente, se acerca a nuestra miseria. Miseria que deriva de no poder sentir Su presencia. Porque si Él esta presente, ¿qué mal temeré? Por eso, la ascesis debe ser un modo de facilitar nuestro acceso a la disposición, a un estado de disposición. Uno no está vacío de sí mismo y por eso no siente al Espíritu que es la presencia de Dios en nuestras vidas.
- Porque pasa esto Padre…digo hermano. Ya me voy a acostumbrar.
- Si. No percibimos la presencia porque estamos llenos de ruido. Son los deseos los que ponen un fondo de ruido a nuestra vida y es tanto el ruido, que no percibimos al Señor, presente en cada momento de nuestras vidas.
- Así es.
- Por eso, muchas veces el dolor, es la herramienta imprescindible para que silenciemos los ruidos mas fuertes y podamos escuchar su voz, que es suave como brisa lejana. En mi caso fue así. Si yo no me estrellaba contra los fracasos una y otra vez, no me iba a silenciar; yo tenía muchos deseos. Y cuando el fracaso fue total, no tuve mas remedio que acudir a remedios totales. Te quiero decir…si Dios no me ayudaba, no iba a poder salir de donde estaba metido…por lo cual, tuve que acudir a Él y no a soluciones humanas; porque estas se habían agotado.
- ¡Ah!
- Así fue. Por lo cual verás, que la idea de mérito mal podía arraigar en mis progresos, porque fui claramente consciente que sin esa caída final, nunca me hubiera acercado al Señor. Me acerqué a la posibilidad de escucharlo, no por amor a Él, sino porque no tuve mas remedio. Y en ese gemido desesperado, me lo encontré…jajá ¡Que bueno es El Señor!
El hermano Vasily estaba radiante y calmo, lo que me parecía rara conjunción, acostumbrado como estaba yo, a la exaltación frenética o a la depresión abyecta. Nos habíamos alejado mucho de la ermita; podía adivinarla mas que verla, pequeña entre el claro de árboles, cerca del sitio donde se abría la hondonada que terminaba, valle mediante, en el pueblo.
Continúa…
Mario Rovetto
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